La vida en la autoconfirmación

En la era de la información instantánea, el ser humano ha cedido sus armas de pensar para dedicar su energía mental a la autoconfirmación. Enarbolamos la obra o el video de nuestro gurú favorito, en lugar de pensar por nosotros mismos y crearnos una opinión mesurada y concienzuda. Es más fácil: sólo hay que retuitear.

Vivimos en la era de la desinformación, las fake news, la crispación y la radicalización de posturas. En este caldo de cultivo, el ser humano ha cedido sus armas de pensar para dedicar su energía mental a la autoconfirmación. Una de sus consecuencias es la permanente tendencia al «efecto tiro por la culata» o «backfire effect», en inglés. Uno despliega sus argumentos y a medida que los expone, el de enfrente se atrinchera más y más en sus opiniones; cuando has acabado, hay un muro helado entre tú y el otro, una puerta cerrada con siete candados. El diálogo ha muerto.

Este efecto es especialmente nocivo cuando el argumento que lo desencadena es correcto y trata de deshacer un error o de explicar un hecho cierto. Es una de las formas que adopta la disonancia cognitiva, que te lleva a mantenerte en el error por más datos que te pongan encima de la mesa. Tu mente decide no aceptarlo simplemente. ¿Por qué? Por varios motivos. Puede ser que el otro te vea como fuente no fiable, o demasiado «igual» (un tuitero más) y necesite una autoridad reconocida. La deriva que se observa en los medios de comunicación tiene mucha responsabilidad en esto: han logrado que creamos que todos mienten, y dudar de todo te lleva a elegir la fuente de información más conveniente. Así se refuerzan los prejuicios.

Otras veces es diferente. Simplemente tus argumentos suponen un reto psicológico para tu interlocutor. En ese momento, la persona puede decidir considerar lo que le estás proponiendo, plantearse si tal vez alguna de sus ideas puede estar equivocada, o no hacerlo. Y hoy en día, normalmente, se elige la segunda opción. Sistemáticamente se rechaza todo reto psicológico y se adopta una ruta alternativa: desacreditar a quien te ha «retado», asociarle a una ideología opuesta, acusarle de ignorancia, meterle en el saco de todos los que retan tus ideas y elaborar una teoría de la conspiración… He padecido todo eso.

Como decía Carl Sagan, sentimos un malestar crónico hacia la ambigüedad. Necesitamos blancos y negros, buenos y malos, héroes y villanos. Salir de ahí es difícil. Aceptar que no sabemos, que nunca sabremos, tolerar lo que no comprendemos, no ofendernos por los errores del otro son cosas tan complicadas para nosotros como ser conscientes, desde nuestro inmóvil banco de la calle, pegado con cemento a la vía, que la Tierra gira sin cesar y el Universo entero se mueve sin prisa pero sin pausa; que lo natural no es lo estático sino lo dinámico. Nos pasamos la vida capturando momentos, reteniendo recuerdos y personas que se han ido; y, por otro lado, tratamos de planificar lo que no ha llegado, como si pudiéramos controlar el cambio. Las zonas grises nos resultan demasiado incómodas.

Pero a este retrato yo añadiría otra pincelada: hemos cedido las herramientas de pensar. Decía Descartes que al investigar cualquier cuestión, no hay que plantearse como punto de partida lo que otros autores pensaron sobre ello, ni siquiera nuestras propias conjeturas, sino que debemos ceñirnos a aquello que podemos percibir clara y manifiestamente gracias a la intuición o deducir con certeza. El siglo XXI se ha quedado en la primera opción: nos agarramos al principio de autoridad como si no hubiera mañana, y enarbolamos la obra o el video de nuestro líder favorito, en lugar de pensar por nosotros mismos y crearnos una opinión mesurada y concienzuda. Es más fácil: sólo hay que retuitear.

Lo malo es que cuando alguien cuestiona esa idea, al no ser tuya, al no tenerla interiorizada, solamente puedes repetir el mantra una y otra vez. Al cabo de un rato llega el backfire effect y entonces te atrincheras en el error para siempre. Nada te puede hacer cambiar. De ahí al insulto, la crispación, la demonización y la fogata para quemar herejes hay un paso que cada vez es más pequeño. Decía Faraday, hablando de la capacidad que tenemos para autoengañarnos que, de algún modo, todos somos promotores de errores.

¿Cómo evitarlo? Carl Sagan hablaba de la necesidad de protegernos cognitivamente contra la propaganda, la pseudociencia y, en general, la falsedad. Y propuso un «kit anti camelos» para lograrlo.

Todo esto también aplica a los libertarios. También algunos de ellos viven en el universo de la confirmación, y son partícipes de lo que expongo.

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