Cuando despertó, el ego todavía estaba allí.
En el mundo de las ideas, la personalidad narcisista es mucho mas peligrosa porque, por su propia naturaleza, antepone su persona, faro de luz que ilumina el océano, a las ideas que dice defender y, muchas veces, no se dan cuenta del daño que hace su obscena falta de ejemplaridad.
Inevitablemente, el ego es nuestro kilómetro cero particular en nuestra relación con el mundo. Desde que nacemos, vemos con nuestros ojos, y concebimos que el mundo ve lo mismo que nosotros. No se nos ocurre que los demás tienen su propio punto de vista. Madurar, en parte, consiste en adquirir el sentido de «el otro», incorporar el exterior a nuestro universo y relacionarnos con él.
Sin embargo, lo normal es que conservemos, en mayor o menor medida, un sesgo egocéntrico en el transcurso de la vida. Por eso viene bien que alguien te recuerde de vez en cuando lo instructivo que es ponerse en la piel del otro y desarrollar la empatía para todo. Pero para acciones como comunicar, enseñar, liderar o persuadir es una virtud fundamental. Y, a pesar de ello, a menudo encontramos gurús, catedráticos, líderes populares que cuando dejan a un lado las teclas, el micrófono, o el «púlpito» (en sentido figurado), adolecen de una casi total ausencia de esa característica. Dicho de otro modo, son profundamente amantes de su ego.
Alguien me explicaba que la diferencia entre el egocéntrico y el narcisista es que mientras que en el primer caso la persona no ve al otro, ni sus necesidades, opiniones o gustos, en el segundo sí los ve y los desprecia, los rechaza porque no son tan relevantes como los suyos. Es la persona que llega tarde y considera que sus razones son indudablemente mucho más importantes que el trastorno que pueda causar su retraso. La hipocresía social (y a veces la educación) refuerzan al narcisista que, al no sentirse recriminado, al no haber rendición de cuentas, repite su comportamiento. Son personas que se crean expectativas irracionales de obtener un trato preferente. Este sesgo implica que, cuando se trata de personajes populares, renombrados catedráticos, o nuevos gurús de las redes, esas expectativas se ven reforzadas por el peloteo, los chupamedias, que abundan en los círculos cercanos de estos narcisos; y que son buscados por él para reforzar su megalomanía.
En el mundo de las ideas, la personalidad narcisista es mucho mas peligrosa porque, por su propia naturaleza, antepone su persona, faro de luz que ilumina el océano, a las ideas que dice defender y, muchas veces, no se dan cuenta del daño que hace su obscena falta de ejemplaridad. Se les reconoce porque podrían decir cosas como la de la foto: «¡No es justo! Sé que te he hecho cosas horribles pero ¿por qué tienes que contarlo? ¿no puedes sufrir en silencio? ¡Qué malo eres!». Bueno, nunca alguien me ha dicho algo semejante, pero sí he sufrido a quienes insisten en que calles errores graves, malos ejemplos de «representantes» o «defensores de reconocido prestigio» de unas ideas, porque su importancia es mayor que el «daño» que haría en la opinión pública conocer sus andanzas. Esto es grave y es común.
Este problema no es privativo del liberalismo, se da en los lugares donde se cultiva el amor exacerbado al ego, que son como la incubadora del narcisista. Veamos: culto al cuerpo, culto al intelecto, culto al poder sobre el otro, culto al propio talento, culto al número de seguidores…
Pero, como me decía un amigo en Twitter, a mí me interesan los principios libertarios, así que me importa más plantear el narcisismo en el mundo libertario que en el mundo en general. Y entrando en el tema, si bien los narcisistas liberales veteranos suelen estar en la academia, los nuevos narcisistan son hijos de las redes sociales que permite que cualquier mindundi sin formación pero con hábil manejo de Google y wikicitas trate de plantar cara a filósofos o economistas serios, con fundamentos sólidos y en estudio permanente. Y me preocupa.
Además me duele cuando los tengo cerca. Son esos momentos en los que decido dejarlo todo para irme a vivir a la montaña donde nadie me encuentre o me propongo lanzar señales para que venga a recogerme la nave marciana. Y van ya unos cuantos años que estoy en ello.