Influencia y persuasión

Los libertarios vivimos en una especie de esquizofrenia. Por un lado, si solamente te centras en aspectos racionales de los problemas es porque no eres capaz de sentir como el resto de los humanos. Por otro lado, si rozas temas emocionales es porque no tienes capacidad para aportar argumentos filosóficos racionales.

Normalmente hablamos de persuasión como la habilidad que uno tiene para convencer a los demás. Quienes pretendemos tener alguna influencia en un grupo, sea como profesores, como activistas, o como comunicadores, sabemos que es un activo poseer esa habilidad. Y también sabemos que no siempre depende de la bondad del mensaje. Es más, a menudo nos encontramos con la perversa combinación que une la persuasión y el mensaje equivocado.

Pero la persuasión también dice algo respecto a quiénes somos. Las personas más cerebrales nos vamos a dejar persuadir por la lógica. Las personas más emocionales nos vamos a sentir atraidas por aquellos mensajes que nos toque el corazón. Nuestros semejantes pueden inferir que somos más racionales o más emocionales solamente observando qué nos persuade, y también, cómo tratamos de persuadir.

Brian Geiger cuenta en «Other Side of Persuasion» (en Medium) que la mala persuasión nos puede llevar a la hecatombe personal y la buena puede salvarnos de la depresión. De manera que es beneficioso saber persuadirnos a nosotros mismos. Las terapias, de algún modo, consisten en el desarrollo de herramientas para lograrlo, precisamente.

Cada vez que asisto como ponente, como colaboradora, como asistente o simple observadora a un acto libertario de carácter divulgativo me siento bastante perdida. El objetivo consiste en poner al alcance de todos mensajes que resuman, sinteticen, simplifiquen una filosofía política y económica, una visión del ser humano que tiene una solera de siglos. ¿Llegamos a persuadir? No lo sé.

Una parte de mí se pregunta «¿para qué?» y la otra responde «¿por qué no?». Para qué tanto despliegue. Y por qué no vamos a intentarlo y a esforzarnos con ese despliegue para influir en un grupo amplio. Mi confusión proviene de mi carácter inquisitivo heredado de mi padre, por supuesto, pero también de las críticas de un lado y de otro lado que señalan al liberalismo clásico y al libertarianismo (o incluso al espectro que llaman «neoliberalismo») como un engendro sin corazón, hiperracional e inhumano.

¿Nos hemos equivocado al plantear las bases filosóficas, económicas, políticas desde el punto de vista estrictamente racional? Yo no lo creo. Es la manera de no dictar lecciones acerca de algo tan personal como las emociones. No vamos a decirle a nadie cuánto debe conmoverse ante la tragedia ajena, cómo gestionar los afectos propios. No vamos a usar el dolor de otros para conseguir votos, ni para tener más adeptos. Vamos a proponer qué condiciones deben asegurarse en cualquier sociedad para que cada cual encuentre su camino, uno adaptado a sus necesidades, valores y principios.

Pero ¿podemos, como libertarios, ofrecer argumentos emocionales? Podemos mostrar a los demás cómo es que, respetando los principios de la libertad, resolvemos cada cual los conflictos relacionados con las emociones. Podemos mostrar nuestras emociones, hacerlas patentes. No hay tema con eso.

El tema viene porque los libertarios, en la sociedad actual, vivimos en una especie de esquizofrenia. Por un lado, el sector no libertario asume que si solamente te centras en aspectos racionales de los problemas es porque no eres capaz de sentir como el resto de los humanos. Por otro lado, el sector libertario asume que si rozas temas emocionales es porque no tienes capacidad para aportar argumentos filosóficos racionales. Quedas invalidado en cualquier caso… ¡a menos que decidas dar explicaciones a unos y otros! No se asume que eres humano, dual, que la mente y el cuerpo son uno y, por tanto, puedes pensar y sentir a la vez. Todo eso, al parecer, en nosotros no viene de serie al nacer.

Y tal vez por eso andamos algo escasos de carisma libertario. Las personas carismáticas siempre van a ser cuestionadas en la profundidad de sus opiniones por quienes no lo tienen. Necesitamos una escuela de persuasión. Y otra de humildad. Y financiación para ambas.

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