El divismo político invertido

Una diva es ese ser sobrenatural que se sabe elegido para la fama. Esa folclórica, o rock star, consciente de su superioridad que, venda o no entradas para el concierto, sea o no el que más suena en las emisoras a día de hoy, ejerce su poderío hasta en la aparente sencillez de su vida... View Article

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Una diva es ese ser sobrenatural que se sabe elegido para la fama. Esa folclórica, o rock star, consciente de su superioridad que, venda o no entradas para el concierto, sea o no el que más suena en las emisoras a día de hoy, ejerce su poderío hasta en la aparente sencillez de su vida impostada.

Es esa mujer entrada en años que parece no saberlo por su manera de vestir, o ese cantante o actor que se encanta a sí mismo, que dicen cosas como «Yo llevo una vida normal» o «En mi casa me encanta comer huevos con papas«, mientras que todo en su lenguaje no verbal, en sus manos enjoyadas, o en sus enormes gafas de sol, o en su barbilla despuntando nos hace pensar que miente.

Pero sobre todo, una diva es esa persona que hace lo que quiere escudándose en su amor al prójimo. De manera que ante cualquier reproche su argumento acaba con la discusión: «Lo siento, pero yo me debo a mi público«. Y eso es lo que impide el pacto político a nuestros gobernantes. Se deben a su público. Es un divismo político causado por la mitificación de la  supuesta necesidad de «ser un líder carismático» como requisito previo para ganar las elecciones. Que es diferente de ser un buen político y mucho menos un buen estadista. Y no es que a mí me encante el Estado. Pero mientras lo financie el sudor de mi frente quiero que sea el más eficiente y reducido posible, ya que está ahí. Así que sería genial si se diferenciara entre buen gestor del dinero de todos y ese mal llamado carisma que no es sino divismo de bajo nivel.

Pero eso no es lo peor. Lo más terrible es que el pueblo español (usted, en concreto, no… todos, en general) ha caído en este divismo invertido y actuamos como las fans de la Pantoja (cantante de copla española encarcelada por blanqueo de capitales), que todo le perdonan por pura obsesión. De manera que si Isabel Pantoja delinque, sus fans señalan que el otro más. Y si es condenada a prisión, se preguntan escandalizados qué va a ser de «su arte», porque ella… se debe a su público. Como si ser popular te eximiera de todo.

A esta lógica política es necesario añadir el miedo, que es el motor de nuestras sociedades. Ese miedo que llevó a todos los representantes de los partidos políticos españoles junto con los principales sindicatos y la patronal, a firmar los Pactos de la Moncloa, a raíz de la crisis económica de los 70 y la inflación del 26% (algún venezolano debe estar sonriendo ahora). Ese miedo es el que nos mueve, pero en sentido contrario, ahora. Y ese miedo es explotado impúdicamente por los políticos divos. También en esta ocasión el españolito medio ha asumido su papel y se ha identificado como víctima aterrada mirando en la televisión una película de monstruos.

La conclusión es que el votante entiende que el candidato «se debe a su público» y no pacta, pero que hay que seguir votándole por miedo al otro. Lo del gobierno mínimo y eficiente ya lo dejamos para otra ocasión. Nuestra madurez política está estancado en el nivel preadolescente. Y no salimos.

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