Valdeón

El último día del 2019, hace ya una eternidad, leía la postal de fin de año de Julio Valdeón. Siempre leo a Julio. Reconozco que me seduce mucho más lo que escribe sobre música y cine. Soy así de superficial. Me enseña y me mueve cosas por dentro, que la árida y aburrida política española, no.

El último día del 2019, hace ya una eternidad, leía la postal de fin de año de Julio Valdeón. Siempre leo a Julio. Reconozco que me seduce mucho más lo que escribe sobre música y cine. Soy así de superficial. Me enseña y me mueve cosas por dentro que la árida y aburrida política española, no. Ya sé. Cómo puedo decir que es aburrida con lo que está por venir. «Con lo que está cayendo». Terrible y manida frase que suena a programa de radio. Sé que decir esto me pinta como la típica cínica libertaria, y tal vez lo soy.

La postal me deja inquieta por dentro, como cuando leo a Félix Ovejero, el hombre sensato. No me inquietan las palabras de Julio:

… «allá por la Audiencia Territorial de Schleswig-Holstein un grupo de jueces cabecea satisfecho ante la evidencia de que tenían razón al comparar el intento de golpe de Estado de 2017 con las protestas de principios de los ochenta contra la ampliación del aeropuerto de Frankfurt? En su opinión, recuerden, los españoles debemos permitir que triunfen los golpes de Estado para después mejor juzgar a los golpistas».

Me incomoda lo que implican.

Ovejero y Valdeón llevan ya un tiempo describiendo la putrefacción de las instituciones básicas que deberían asegurar una democracia abierta y saludable. Lo hacen con dolor, conocimiento y valentía. Pero lo que me chirría por dentro es la manera de hablar de las instituciones como si todos fuéramos espectadores. Somos lo que hacemos. Y por eso cada día confirmo que hice bien absteniéndome de votar en todas las ocasiones.

Los que votaron encumbraron a quienes hoy deciden qué pasa con las instituciones. Los que votaron por miedo a cualquiera que estaba en la lista. Los que callaron y delegaron su voz en miserables políticos escondidos tras unas siglas (las que sean) que han ido perdiendo sentido y significado. Los que se pusieron de perfil durante años y hoy, asustados, aplauden a Julio y Félix y a quien sea que pueda parar este caos, o que, al menos, exprese la desazón y la impotencia que ahora sienten como un mordisco en el cuello.

Ahora. Porque antes sólo eran testigos mudos de las denuncias de gente, precisamente, como Félix Ovejero. Que es rojo, pero coherente. A Félix le conocí en el año 2007, cuando aún no pasaba «nada» con Cataluña, de la mano de Javier Gomá y Álvaro Delgado-Gal. Era un seminario sobre liberalismo y democracia. «No está prevista la asistencia de oyentes pero contigo vamos a hacer una excepción«, me escribía la sub-directora de Actividades Culturales de la Fundación Juan March. Un rojo coherente, pensé. Hoy seguimos discrepando: yo creo en la posibilidad de que las personas decidan a qué unidad política pertenecen, pero el camino de los indepes no es mi camino. Para mí, un 50% no es representativo. La violencia, la censura, el hostigamiento, no son mi camino. Defiendo a muerte la libertad maltrecha de Félix Ovejero y el orden frente a la agresión.

Pero no puedo por menos de preguntarme dónde estaba la sociedad civil catalana cuando Félix, y otros, empezaron a denunciar. Tras la cortina, de perfil. Las instituciones no se corrompen aisladas de la gente: son la gente. Pero nos hemos acostumbrado a deshacernos de la responsabilidad civil gracias a la «representatividad». Claro, yo voté y me engañaron. Una vez es un engaño, más de dos, la pelota está en tu tejado.

Y es que las razones para votar no son lo relevante, sólo cuentan los resultados. El miedo, la desidia, la culpa, el postureo: todo vale si votas. Si no, eres una cínica libertaria, una irresponsable, la culpable de cualquier cosa que suceda, de la victoria del PP o del PSOE y, por supuesto, de todas las decisiones que sus líderes tomen. Todo el mal descansa sobre tu abstención. Y, de esa manera, los votantes medios descargan su falta de principios. En un arrebato de esos me mandaron a la Edad Media por no se merecedora de la civilización y porque en esa época quemaban vivas a las pelirrojas. Demócratas de paz.

Sólo el discurso del rey, cuando se había consumado la barbarie, infundió valor suficiente. Y allí, en las calles, con sus conciencias blanqueadas, estaban quienes callaron por miedo, aplaudiendo a los que desde hace años han levantado la voz y cargado con las consecuencias de hacerlo. ¿No era ya un poquito tarde? Y de estos barros, estos lodos.

Echo de menos, Julio, que alguien ponga un espejo delante de quienes hoy se las dan de «muy-muy» y que enmudecieron cuando su voz sí habría implicado una diferencia notable en el desarrollo de los acontecimientos. No puedo evitar odiar a las plañideras. Y tengo la sensación de que a ti tampoco te encantan.

No puedo por menos que comentarte algo de Max. Pensé que el cocodrilo tiene piel gorda y está protegido, pero come carne y a mí no me gusta. Pero, mira, la medusa es transparente, vegetariana, súper ahorradora de energía, y si te acercas se defiende con un calambrazo. Casi me quedo con ella.

Besos y feliz 2020.

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