De puestos y butacas laborales
Cuando nos contratan en una empresa no nos hacemos con una butaca de cine. Al igual que en la cafetería, puedes o no, ocupar ese sitio, y lo que establece las condiciones está reflejado en el contrato. Por eso es tan importante leerlo.
Un amigo de Twitter me pregunta qué me parece que se pueda despedir sin más. Que un día encuentres una carta sobre tu mesa en la que se te comunica la decisión de no contar más contigo. Y me da la sensación de que el tono de mi amigo no es neutral, hay cierto olor a crítica en su frase: «Es curioso que los liberales nunca, nunca condenen los despidos arbitrarios de trabajadores… «.
Es una pregunta que agradezco porque me hace pensar. ¿Por qué habríamos de condenar un despido arbitrario por una empresa privada? La respuesta inmediata, que no es la de mi amigo, pero sí la de otros muchos, varía de la maldición trapera («Ojalá te pase a ti y te mueras de hambre») a la acusación («Eres insolidaria, egoísta, no tienes corazón…»). Pero más allá de lo obvio, es decir, del hecho de que me puede pasar mañana, y de que si soy egoísta o no no será por aprobar que una empresa pueda despedir arbitrariamente, pocas personas se plantean qué sustenta el derecho de una empresa a despedir arbitrariamente, de contratar arbitrariamente y, por darle un hervor más al guiso neuronal, en qué se basa la reclamación del trabajador ante un despido arbitrario.
Y eso que no se ve y que está en el fondo del razonamiento es el síndrome de las butacas numeradas. Uno va a la cafetería de siempre y se dirige a «su» mesa sin mirar apenas. Cuando alguien la ha ocupado, casi se siente con derecho a mirar mal al camarero de toda la vida que simplemente se encoge de hombros y te dice solícito «La de allí es mejor porque tiene más luz». Y te vas a sentar pensando si el ser cliente habitual no te da derecho a conservar tu sitio. Es más fácil en los cines. Allí uno paga una butaca numerada y sabe que tiene derecho a ver la película y a hacerlo en ese sitio concreto, en la décima fila, butaca seis. En algunos cines, por un poco más, puedes disfrutar de asientos más amplios, sitio para estirar las piernas, y una vista de la pantalla mejor.
Cuando nos contratan en una empresa no nos hacemos con una butaca de cine. Al igual que en la cafetería, puedes o no, ocupar ese sitio, y lo que establece las condiciones está reflejado en el contrato. Por eso es tan importante leerlo. La idea de que hay muchos más trabajadores como tú en la fila del paro, con mejor formación, y una oferta más favorable para la empresa debería hacernos pensar en flexibilizar nuestra idea de «puesto de trabajo». Repetirnos a nosotros mismos «después de todo lo que le he dado a la empresa», «cómo pueden hacerme esto a mí» y cosas así, que seguro que son cosas que pensaríamos todos, no contribuyen más que a expresar la sorpresa y la poca previsión. Si no está establecido en el contrato que han de avisarte con un tiempo determinado, no puedes hacer nada. Excepto exigirlo en el contrato al principio o bien tenerlo presente siempre. No digo que todos necesariamente seamos lo suficientemente versátiles como para que esas sorpresas no nos afecten o nos afecten menos. Claro que no. Hay jornadas laborales que te dejan sepultada en un cansancio mental y físico que solamente superas para hacer la cena a los niños y caer redonda en la cama. Pero tampoco me parece centrado asumir que una vez que te contratan tienes derecho a permanecer. Ni siquiera si llevas muchos años. La antigüedad suele estar contemplada en los contratos y se paga en dinero.
Tampoco ayuda compararte con lo que gana el accionista o el C.E.O. Tú no tienes implicado patrimonio, tuyo o de tu familia, no tomas decisiones que afectan a tanta gente, no tienes la misma responsabilidad. Eres trabajador. Si crees que el sistema de empresa es injusto, monta una cooperativa. Y al cabo de unos años, cuando veas que no funciona excepto en ámbitos determinados, entenderás porqué la estructura organizativa que funciona es la que hay, y que un grupo de colegas no es una empresa, es un grupo de colegas. Intenta sacar adelante un proyecto en el que inviertes lo que te ha venido dado, y también tu propia energía, y piensa si alguien tiene derecho a imponer qué decisiones tomas.
Imagina que el panadero al que compras el pan te impone comprar allí porque toda tu vida lo has hecho. Incluso si han abierto una tienda donde el pan es mejor, más barato. O incluso si estás a dieta, si ya no comes pan. O si no puedes permitirte comprarlo, y entonces el panadero te exige que no comas otras cosas para comprar su pan, después de todo lo que ha hecho por ti, la de bocadillos que te has comido de niño con el pan elaborado allí.
Tu butaca numerada en la vida te la da tu comportamiento, tu valía como persona. Nada más.
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La crudeza de la realidad, luego de haber sido sometido durante toda la vida al proceso de «domesticación» socializante, no puede uno admitirla y, cuando nos toca ser los que perdamos el empleo, cuando siempre creímos y defendimos aquello que «el premio al buen trabajo es tener trabajo», que está muy emparentado con el párrafo con el que cierras tu comentario («Tu butaca numerada en la vida te la da tu comportamiento, tu valía como persona. Nada más»), pero que no se corresponde con la lógica de lo que expresas. Al final de cuentas, a menos que así esté estipulado en el contrato, no hay forma de que una empresa le asegure de por vida el empleo a nadie (menos debe de hacerlo el Estado, como se demanda), son las condiciones de rentabilidad del negocio las que harán o no propicio y conveniente mantener mi puesto de trabajo. ¿Qué hacer? Supongo que, como individuo, debo de hacerme responsable de mi vida, debo prevenir la eventualidad del desempleo y, con todo y que me parezca poca la paga, desde mi primer ingreso reservar un monto para generar un fondo de previsión a futuro. Luego de haber pasado por situaciones de desempleo me doy cuenta, en carne propia, de mi error al no apreciar el valor de la previsión. Es en ese sentido que debiera de generarse una corriente de pensamiento y orientación desde la casa, la escuela y medios de difusión, para que nos hagamos responsables de nuestras vidas, veamos y enfrentemos el presente y el futuro, de una manera diferente, en vez de crecer exigiendo que «alguien» (llamado generalmente Estado) el que se haga cargo de nosotros (desde la cuna a la tumba), sin siquiera percatarnos que, al hacerlo, sacrificamos nuestra libertad, nuestra individualidad, para cederla en favor de quien, además, no genera la riqueza para formar los fondos de ayuda que se le demanda, pues el Estado es un consumidor neto de riqueza, sino que «alguien» produce con trabajo, con esfuerzo, la riqueza que, luego pretende ser «redistribuida» graciosamente, por intermediación del Estado, a quien le asignamos el magnanimo papel del redistribuidor; resultados: dependencia (esto genera dos fenómenos: 1.-inhibe el «motor de búsqueda del progreso individual», la iniciativa individual. 2.- frena posibilidades generales del bienestar al tener que sostener cada vez más personas por cada ingreso generado); irresponsabilidad personal; corrupción; clientelismo político-electoral;…y más.
El drama es real y, lamentablemente, el grito es generalizado: ¡REGRESEMOS AL FEUDALISMO!
Está claro que la autora no sabe hacer distinciones básicas, a saber: Precario/Contrato. Acto graciable de monarca absoluto/Acto obligado por los acuerdos contraídos. Como sermón dominical a los esclavos de un plantación, en cambio, es un clásico y no hay nada que objetar.
La mentalidad del puesto laboral «en propiedad» es un resultado del neofeudalismo en que han degenerado los países desarrollados y es terreno abonado para la propagación de la secta destructiva que llamamos marxismo.
Uno de los primeros pasos de la involución neofeudalista es la mutación / desaparición de la clase media. No me refiero con esto a la pérdida de poder adquisitivo que se está experimentando en los últimos años o lustros. Me refiero a un cambio cualitativo de lo que se considera clase media que es fácil pasar por alto, dado que ésta suele definirse únicamente por criterios de poder adquisitivo. ¿Cúal es ese cambio cualitativo? La composición: de personas que se ganan la vida de forma independiente (comerciantes, pequeños empresarios, profesionales, etc.) a una mayoría creciente de asalariados, dependientes de un empleador que puede ser el Estado (funcionarios) o una gran compañía privada. La búsqueda de una colocación, con ingresos seguros y estables, como aspiración ideal es representativa de la mutación de la clase media y su sustitución paulatina por un sucedáneo que, por el poder adquisitivo del que gozaba hasta hace poco, podía parecer clase media, pero que, en el fondo, es una clase de sirvientes que está moral e intelectualmente desarmada para resistir contra el persistente deseo de poder de la minoría organizada que constituye el Estado y sus adláteres.
Al asumir ese papel de dependencia económica, el factor libertad desaparece del mapa mental. En dicho mapa solo hay espacio para demandas de seguridad, sean éstas razonables o no. Y, en una situación de descontento, la única perspectiva de supuesta mejora que se puede contemplar es la de buscar la protección de un señor supremo o, dado que gozamos de la maravillosa bendición de la democracia, cambiar a un señor supremo por otro, para que nos proteja mejor de los avariciosos señores menores. Y así nos topampos con la religión que da sustento ideológico a la estructura política del neofeudalismo, en el que las grandes organizaciones de poder político (Estados) se compinchan con las grandes organizaciones de búsqueda de lucro (multinacionales) para dominar a las grandes masas de individuos desorganizados y, en su mayor parte, inconscientes de la farsa que siempre tiene un giro argumental con el que alimentar sus esperanzas de un final feliz que nunca llegará; pero eso ya es demasiada enjundia para estas pequeñas alforjas. En cualquier caso, con lo dicho basta para intuir que es una religión pueril, con dioses e infiernos del más acá.
Saludos, milady. Me alegro de que le robe algo de tiempo a los grandes timewasters del siglo, Twitter y Facebook, para dedicárselo al blog.
Cometario excesivamente prolijo, propio de un inevitable grado de subjetivismo en la valoración del artículo.
Mi opinión, siempre mejorable, a menudo indocta, es que la autora da en la diana donde más le duele a aquella corriente de pensadores que el a menudo controvertido, siempre polémico y criticable Harold Bloom denominó » los filósofos del resentimiento (neomarxistas) «. No es cierto, como da a entender el comentarista que haya una religión, en forma de ideología, que respalde ni la noción de » puesto en propiedad » ni nada que se le parezca: las ideologías, y creo que no soy un genio al decir ésto, murieron, afortunadamente, con el siglo XX. Lo que la autora da claramente a entender es que el colectivismo, que no es otra cosa que el somentimiento de la libertad del individuo a los dictados de un grupo, no existe » de facto » como tal en una economía globalizada. La mano invisible como paradigma de la economía de libre mercado se transmuta en el principio de responsabilidad individual en lo referente al comportamiento de los individuos en la economía del siglo XXI.
Es errónea cualquier consideración que culpa a una coalición de fuerzas, llámese Estado, llámese multinacionales – o una combinación de ambos – de los males que aquejan al individuo en las sociedades modernas. Desde que la Revolución Industrial sentó las bases del comercio mundial a mediados del siglo XVIII, han sido las sucesivas revoluciones tecnológicas las que han marcado la pauta en la organización de la sociedad. Obviar este hecho es un craso error de base al plantear el problema que echa por tierra cualquier análisis como el expresado en el comentario de Jubal: la Dra. Blanco no hace más que dar en la diana donde más le duele a los » neokeynesianos «, es decir, en la idea de que cualquier entidad superior al individuo ( Estado, multinacionales, iglesia, etc…) le vaya a salvaguardar de sus propios males. Tan espantósamente equivocado es el término neofeudalismo para referirse a ninguna neoconspiración judeo-masónica (permítaseme esbozar una sonrisa sardónica) como todos los » -neos» o » -ismos » imaginables. Porque el liberalismo no es más que éso: la asunción del principio de responsabilidad individual como motor de las decisiones cotidianas para navegar por las procelosas aguas de la marea global.
1. «propio de un inevitable grado de subjetivismo en la valoración del artículo.»
Tu frase inicial me hace pensar que tu lectura de mi comentario no se corresponde con lo que he intentado expresar. Mi comentario no valora el artículo de María Blanco, solamente es un anexo con mi punto de vista sobre el tema, que, por lo que a mi respecta, es compatible con el de la autora. Mi valoración del artículo no está en el comentario, sino en la lista de blogueros que han pulsado el botón «me gustó» y que puedes ver un poco más arriba, a continuación del artículo.
2. No utilizo el término «neofeudalismo» en el mismo sentido que lo utilizan los ideólogos del resentimiento. Si hubieras leído el artículo enlazado seguramente te habrías ahorrado la respuesta que formulas.
3.»Porque el liberalismo no es más que eso: la asunción del principio de responsabilidad individual como motor de las decisiones cotidianas para navegar por las procelosas aguas de la marea global.»
Permíteme que sea yo el que esboce una sonrisa ahora si te digo que tu definición de liberalismo me parece excesivamente prolija, propia de una visión demasiado subjetiva. El liberalismo es la corriente de la filosofía política que se plantea la cuestión de qué uso de la fuerza es legítimo en el ámbito político y responde que solo el uso defensivo lo es. Un orden político que respete este principio es favorable al principio de responsabilidad individual. Un orden político que no lo respete, subvertirá dicho principio de responsabilidad individual.
Podría añadir algún comentario más a alguna de tus afirmaciones, pero creo que lo dicho es suficiente y ya se hace tarde. Un saludo.