La conversación y los intelectuales.
Nos tomamos muchas molestias, tiempo y dinero en relacionarnos adecuadamente con el entorno, y hemos abandonado lo que debería ser el principal recurso en el contacto con el otro: la conversación.
Una de las cosas buenas que tiene tener una mente dispersa es que nunca dejas de aprender, siempre encuentras caminos insospechados que excitan tu curiosidad. Estás trabajando en la revisión de la traducción de un tratado económico enriquecedor (La fine dell’economia de Sergio Ricossa, en concreto) y te encuentras con una cita de Jonathan Swift que te hace dudar acerca de lo adecuado de la traducción, te vas al ensayo original en inglés, empiezas a leer, dejas la traducción italiana, y tu mente queda prendida al texto de Swift hasta que lo acabas.
Hints towards an essay on conversation, escrito entre 1708 y 1710, me ha hecho reír al verme identificada, demasiadas veces, como una conversadora terrible. Ya no cuidamos esas cosas. Vamos al gimnasio, corremos por las calles, practicamos yoga o meditación, vestimos de acuerdo al código social… Nos tomamos muchas molestias, tiempo y dinero en relacionarnos adecuadamente con el entorno, y hemos abandonado lo que debería ser el principal recurso en el contacto con el otro: la conversación.
No solamente me he reconocido en muchos errores, también me he sentido reflejada como víctima de malos conversadores, especialmente intelectuales, la mayoría académicos, mi gremio, que hemos llevado la vanidad y el ego hasta límites sólo alcanzados, probablemente, por los políticos. «Nothing hath spoiled men more for conversation than the character of being wits» dice Swift. Una mala traducción sería «Nada ha perjudicado más a los hombres para conversar que el ser ingenioso«. ¡Qué gran verdad!
Tal vez alguien sepa si hay traducción española del ensayo. Yo lo leí en inglés aquí. Es un texto corto y fácil, a pesar del pertenecer al siglo XVIII.
Y me ha hecho reflexionar acerca de mis buenos propósitos para el 2019. Mi amiga Inés me propuso escribir una lista que reflejara mi gratitud a esa persona que se fue hace ya tres años, en estos días. Un monumento espiritual, íntimo y personal, exponiendo lo que me aportó el tiempo que compartimos, aunque fuera en el final de su vida, pero también lo que he aprendido en estos tres años, tan difíciles, de duelo. Es una lista imposible. Soy mejor persona gracias a lo que me enseñó también después de su muerte por infinitas razones. Tengo que decir que cumplía al 100% las indicaciones de Swift: era un gran conversador, que también sabía disfrutar de los silencios.
Así que, además del tradicional regreso al yoga, espero que acompañada de Cecilia desde Buenos Aires, y de mi firme decisión de meditar diariamente («¿olvidas cepillarte los dientes?¿dirías que no te da tiempo a cepillártelos? Pues así debe ser con la meditación», me dice Concha), he decidido mejorar mi conversación. Va a ser una tarea ardua. Las personas que me conocen y me sufren saben porqué. Les animo a que lean a Swift para corroborarlo.
El 2019 se presenta tumultuoso en lo económico, revuelto en lo político (dentro y fuera de España) y, sin embargo, pretendo que sea tan enriquecedor en lo personal como ha sido el 2018. Por expresarlo de manera simple: ya soy capaz de ver la vida en colores, de nuevo. Trataré de reforzar vínculos con los espíritus afines que son pocos pero son lo mejor de la vida. Seguiré apostando por la sonrisa, el disfrute, la ilusión y la honestidad, sin dejarme caer por la tristeza, el cansancio o la desesperanza. Hay muchas grandes personas en mi entorno intelectual y afectivo que ya me ayudan en esta empresa, a veces sin saberlo.
Y, sobre todo, ahora que estoy recuperada, escribiré más aquí, en mi casa.