No vamos a ser los mismos el día de mañana
Inevitablemente, no vamos a ser los mismos el día de mañana. Una pandemia no es algo que pasa desapercibido. Tanto si tratamos de no mirar o mostramos una afectación irreal, como si realmente estamos sufriendo un trauma, esto nos va a tocar a todos. No de la misma manera. Pero va a dejar huella.
En estas tres semanas de encierro han brotado improvisados filósofos, cinéfilos, lectores, cocineros, gente ejercitando su cuerpo como jamás lo hizo. Todos estamos haciendo «lo que se supone que hay que hacer» cuando una pandemia asola nuestro mundo conocido. No se han hecho esperar las aplicaciones para “socializar” que nos tienen más ocupados que cuando todo era normal. Tampoco las listas de las cinco cosas que hacer, las cinco ideas más relevantes, las cinco meditaciones que más te sirven, las cinco citas de los mejores filósofos. Todos parecemos trascender de manera tan superficial como hace un mes no lo hacíamos, cuando no leíamos tanto, no nos entusiasmaba tanto el cine, no hacíamos ejercicio en casa, no nos daba por cocinar, no nos planteábamos las grandes preguntas.
Y, sin embargo, inevitablemente, no vamos a ser los mismos el día de mañana. Una pandemia no es algo que pasa desapercibido. Tanto si tratamos de no mirar o mostramos una afectación irreal, como si realmente estamos sufriendo un trauma, perdiendo a nuestra gente, nos invade una tristeza genuina viendo cómo lo pasan solos nuestros mayores, nuestros enfermos, nuestros héroes sanitarios, esto nos va a tocar a todos. No de la misma manera. Pero va a dejar huella.
Yo aprovecho para leer libros pendientes. Trabajo casi con más intensidad que antes. Tengo la dispersión disparada y me cuesta mucho casi todo, pero ahí estamos. Salgo a aplaudir a las 20h, cada vez menos tiempo porque los vecinos han convertido la calle en una verbena y, aunque me alegro mucho por ellos y entiendo que les ayuda a liberarse, no me siento muy cómoda. Una de las lecturas que he recuperado por un bucle del destino es una pieza pequeña que escribí hace siete años para Arte Humano, en loff.it.
Era un comentario al cuadro de Hopper “Mañana soleada”. Me ha llamado la atención esto:
«Mirando sus cuadros, pienso lo necesario que es vivir esos momentos de soledad, buscada o no, para saber quienes somos, más allá de la etiqueta que el grupo de origen, el trabajo o las aficiones nos adjudican, lo queramos o no. Por encima del rol de madre, oficinista, amante o amiga, esa mujer es eso: una mujer que mira por la ventana un domingo soleado. Y solamente eso. Percibe el mundo, maravilloso o terrible, a través de un cristal que la protege y a la vez la aísla, y mira en silencio, sin compartir con nadie su interpretación de esa porción de la realidad que alcanza a ver desde la ventana. (…) Podría ser yo, una soleada mañana de domingo, absorta en mi mundo, mirando por la ventana desde mi cama».
Me hiere el cambio de significado que hoy tienen esas palabras para mí. La soledad necesaria para saber quiénes somos nos la ha traído la naturaleza y nos ha pillado a todos con cara de “esto no puede estar pasando». Pero aquí está marcando territorio. Tal vez tres semanas no son suficientes. Habrá personas que necesiten más tiempo para desprenderse de esas etiquetas y encontrarse consigo mismos, más allá de esas rutinas que «todos sabemos que tenemos que seguir» para llevar la pandemia.
Cada mañana, mientras preparo las clases, mi dispersión me coge de la mano y me lleva a la ventana. Y ahí estoy, como la mujer, mirando mi calle desierta, a veces soleada, otras lloviendo, o incluso nevando. Y me encuentro con otros vecinos anónimos que miran por la ventana desde los edificios de la acera de enfrente. Son los mismos que cantan por la tarde. Pero, ahora, en silencio, como la mujer de Hopper, interpretamos la porción de realidad que observamos, protegidos del virus tras el cristal.