Las señas de identidad

La identidad se conforma desde que nacemos y a medida que maduramos. Afecta a nuestra personalidad pero también a nuestras relaciones con nuestro grupo de origen, nuestra percepción de la política, nuestra relación con nuestro país, con la sociedad que nos rodea, con el futuro.

La identidad. Desde hace un tiempo, esta palabra me ronda la cabeza. Una idea que ilumina varios problemas que observo a mi alrededor. Desde las  nuevas adicciones a las redes y a los móviles, pasando por el nacionalismo exacerbado y obsceno, sin dejar atrás, por supuesto, esa exigencia de alinearte en unas filas o en otras, no solamente desde la más común de las progresías sino también desde las propias filas libertarias.

Veo a mi alrededor un claro problema de identidad. No reflexionamos lo suficiente acerca de quiénes somos realmente. Y se diría que necesitamos reivindicar una y otra vez nuestra pertenencia a un grupo, a una tribu, entre las diferentes que se nos ofrece en el mercado de identidades. Como si todo el fenómeno que rodea ese concepto no fuera extremadamente complejo, como si uno pudiera fijarlo y describirlo como quien dice «tengo los ojos de color marrón verdoso«. Como si la identidad no fuera todo un proceso de descubrimiento personal que te lleva de un lado a otro, de arriba a abajo, a lo largo de tu vida, para reconocerte, para presentarte frente al espejo y frente a tus pares.

Y, sin embargo, o tal vez, precisamente por eso, estamos rodeados de conflictos que involucran nuestra propia identidad.

He pensado escribir sobre ello. Y, de momento, creo me limitaré a publicarlo aquí, en mi blog, a modo de reflexión personal, para compartirlo, humildemente, con quien pueda estar interesado.

Apenas me planteé este tema y traté de estructurar un posible ensayo o libro, me di cuenta de las enrevesadas implicaciones que tiene para cada cual. La identidad se conforma desde que nacemos y a medida que maduramos. Afecta a nuestra personalidad pero también a nuestras relaciones con nuestro grupo de origen, nuestra percepción de la política, nuestra relación con nuestro país, con la sociedad que nos rodea, con el futuro. Así que la consigna es ir poco a poco, atisbando señales y descubriendo qué nos falta, cuál es la reflexión que no estamos haciendo, cada cual como individuo, y que nos está llevando, como la marea más profunda, a un mar de indefinición y, por ende, a un mercadillo de identidades de mentira, como artículos de broma, que nos disfrazan pero no nos identifica.

Hay una escena muy famosa en la película Criadas y señoras  (Tate Taylor, 2011) en la que la criada le dice una y otra vez a la niña a la que cuida: “Eres buena, eres lista, eres importante”, y le obliga a repetirlo. Ella, que ama a la niña, trata de compensar una actitud muy destructiva por parte de la familia de la pequeña.

Cuando una madre como la de la película repite a su hija que está gorda, que es tonta y la trata como un accidente en su vida, como un encargo del que hay que ocuparse, lo normal es que de mayor la niña se comporte como una persona inadecuada, incapaz y es muy probable que su autoestima sea muy baja. Su identidad se conforma en función de la imagen proyectada por sus padres.

Es decir, las opiniones que conforman nuestra identidad provienen de personas a las que otorgamos autoridad. Por eso, si esos “otros con autoridad” te devuelven una imagen inadecuada, así es como vas a creer que eres, con eso te vas a identificar. No es tan sencillo, porque a veces tu percepción de cómo te valora el entorno es equivocada. Pero, sea como fuere, la identidad es un pasodoble bailado entre una misma y los demás.

A quién entreguemos esa autoridad es muy relevante. Madurar, probablemente, o al menos en algún aspecto, consiste en saber discriminar a quién le conferimos ese poder, a alguien tóxico, a alguien inmoral, a quien nunca te va a fallar, a una masa, a los gurús de la televisión, a unos principios inflexibles.

Todos, por defecto, la entregamos a nuestros padres al romper a llorar para abrir los pulmones nada más nacer. Y con esa autoridad que nos dice qué está bien o mal, qué se espera de nosotros, cuál es nuestro rol y nuestro estatus, batallamos durante nuestra infancia y pubertad, hasta aterrizar de manera más o menos violenta en la terrible selva de la adolescencia.

Allí, podríamos decir que arrebatamos el cetro de autoridad a nuestros padres y familia y lo ponemos en las manos inciertas de amigos, compañeros de colegio, de copas, de primeros romances. A veces para bien, pero otras veces es para mal, para muy mal. No es un drama. Aparecen complejos y dificultades. Pero esa es la vida, y a trompicones también nos definimos eligiendo lo que no nos representa, quiénes no somos.

En mi caso, las señas de identidad en la adolescencia y la música iban cogidas de la mano: #GodSaveTheQueen #NoFuture

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