La desafección
Se ha generalizado masacrar en redes a quienes mostramos errores del gobierno. Es poco patriótico. Porque, al parecer, la patria es el bipartito. Es poco solidario. Nos acusan de regodearnos en contar cadáveres. Sin embargo, para mí, no dejar atrás a nadie empieza por no dejar atrás a los muertos.
Cuarenta y dos días. Dicen que hace tiempo llegamos a la etapa del confinamiento en la que está permitido salirse del tiesto. En general. Te excedes en casa, y sobre reaccionas, te enfadas. Te pasas de cáustica en redes. Te afecta todo mucho más. No mides.
Te agota el trabajo online. Te agotan las redes. Te cansas de leer. Te cansas de las series. Te da pereza hacer ejercicio. Te agota pensar en salir a la compra.
La resistencia psicológica de quienes estamos bien y los nuestros también se resiente. Y eso aumenta la carga de la culpa del superviviente. No tengo derecho a estar de bajón.
En las redes sociales este salirse del tiesto ha embarrado la conversación afilada y se convertido todo en un lodazal. Twitter hoy es un patio de vecinos en el que te pueden acusar de ser la representante española de quienes defienden la muerte de los débiles sin que pase nada, pero si tu deslizas una palabra tabú te sancionan. “Cuando conozcas a mi hija, te mueres” es uno de los tuits que llevaron a que el año pasado cerraran mi cuenta; el resto de tuits eran similares.
Es un campo de batalla difícil, en el que no puedes tener la piel fina, pero tampoco hay que ceder ni un milímetro. Que te insulten. Pero hazle notar que es un calumniador. No le des mucho espacio que se crece. No le insultes que se muere de gusto. Espera la zancadilla de quienes menos imaginas: también hay trepas entre tus filas. No esperes apoyo de quien vive del ojo ajeno. Guarda para casa la rabia de ver a un amigo hostigado por ser honesto (va por ti, Dani). Trata de concentrarte en los pocos expertos que han demostrado una coherencia a prueba de bombas. Se les distingue porque matizan y dudan. Reconoce tus errores con el orgullo del jugador que no hace trampas, y la humildad de quien se sabe imperfecto. Y, sobre todo, no abandones. Lee a Miguel Ángel Quintana Paz para no caer en el desánimo: Motivos para que sigas luchando, aunque hoy triunfen los indecentes. Es una maravilla. “Muchas de las mejores personas que conozco padecen un íntimo desaliento”. Ahí me enganchó, porque yo soy una. Cada vez que me invade la zozobra y me planteo “¿todo esto para qué?”, recuerdo el artículo de Miguel Ángel.
También leo otras cosas. Por ejemplo, a Madame de Staël:
“Jamás circunstancias más simples y favorables han beneficiado tanto a alguien que deseaba tomar las riendas del poder”. Lo leí recién formado el gobierno Sánchez-Iglesias. Hoy recordaba el texto que sigue a esa frase:
“Las licencias de la prensa habían llevado a la ruina a mucha gente y los franceses, cuya actitud frente a la revolución había sido tan loable, habían manifestado luego tan poco carácter que se los podía destruir uno tras otro ante la opinión pública únicamente resaltando los vaivenes de su conducta y de sus convicciones políticas”.
En Diez años de destierro, Anne-Louise-Germaine Necker nos relata las consecuencias que padeció por ser coherente con sus principios y su defensa de la libertad. Los individualistas también somos conscientes del efecto mimético del comportamiento en sociedad. Especialmente cuando uno presta demasiada atención al juicio social, al veredicto de la masa. Cuando un niño sufre acoso escolar y sus padres le dicen “No hagas caso” no se dan cuenta de lo complicado que es para una mente infantil y/o adolescente pasar por encima de las etiquetas que con tanta ligereza ponemos para clasificar al otro. Maduras aprendiendo un camino de salvación, una pauta de supervivencia. A veces es la hipocresía: aparentas una socialización adecuada pero, en el fondo, desprecias los rituales sociales. A veces te esclavizas a esos ritos, que es como si te quedas con la cáscara y tiras la fruta a la basura. Otras veces aprendes a buscar tu sitio en un grupo de afines. Y, finalmente, están quienes gestionan el rechazo y se sienten marcianos en casi todos sitios, en paz.
Nuestra sociedad es una mezcla de los dos primeros casos: hipócritas y esclavos. Pero, además, es mayor cada vez el número de personas que no se resisten a la fuerza de atracción del poder y gozan dando coba al poderoso. El cóctel resultante es parecido a la Francia que relata Staël.
Se ha generalizado masacrar en redes a quienes mostramos errores del gobierno. Es poco patriótico. Porque, al parecer, la patria es el bipartito. Es poco solidario. Nos acusan de regodearnos en contar cadáveres. Sin embargo, para mí, no dejar atrás a nadie empieza por no dejar atrás a los muertos.
Las tácticas son las de siempre: generaliza, mételos en el mismo saco a todos y asócialos con la peor basura que imagines. Como mi “hater” me señala como representante de quienes quieren “sacrificar a los débiles”. Desprestigia su trabajo, su profesionalidad. Ponles un sambenito facilón, que quede bien como hashtag. Como “capitán a posteriori”, por ejemplo. Jamás les des la razón en nada. Acúsalos de lanzar bulos para aprovecharse de una pandemia y tener notoriedad, aunque seas tú quien se aprovecha de la situación para colar decretos. Y a continuación, amenaza. Que pasen miedo. Hazlo con cuidado, con la ley en la mano, y que parezca que no hay rabia. El ejemplo es el ministro Grande-Marlaska. Marlaska defendía como magistrado que insultar al rey emérito era parte de la libertad de expresión. Hoy es el censor.
Madame de Staël transcribe la carta que le envió el general Savary, secretario del Ministro, conocido como duque de Rovigo, comunicándole su destierro. “Me parece que vale la pena observar el estilo de esta gente”.
“No debéis buscar la razón de la orden de destierro que os he notificado en el silencio que vuestro último libro guarda respecto del emperador; eso sería un error: no hay en la obra ningún lugar digno de él. Vuestro exilio es consecuencia natural de la conducta que desde hace años venís observando. Deduzco que los aires de este país no os convienen, y nosotros todavía no nos vemos forzados a tomar como modelos a los pueblos que vos tanto admiráis”.
Es el estilo de un afecto al régimen. Sin duda.