Los aplausos.

Esa gente está superando su frustración a su manera. Pero, nada. Todo es una afrenta.Siempre hay que mirar el contexto. Y, en estos momentos, sería fantástico si aprendiéramos, además, a suspender el juicio respecto a cómo cada cual asume esta situación tan extraordinaria.

Ya ha saltado la polémica de los aplausos. Que sí. Que no valen para nada. Que muchos sanitarios de todas las categorías, que están viendo cómo sus compañeros caen enfermos y mueren, que tal vez están cayendo enfermos, preferirían más medios para poder sanar, que es su oficio. Que estamos cabreados por muchas razones.

Pero afear a alguien el aplauso de las 20h ofrecido explícitamente como gesto de gratitud es ignorar la naturaleza humana. Es mostrar a todos lo insensible que puedes ser. Es poner de manifiesto obscenamente tu falta de empatía ante la frustración general.

Claro que el gobierno debería reconsiderar sus gastos en cosas irrelevantes, en cuestiones menos urgentes, en subvenciones vergonzantes, y reconducir ese dinero, que no es suyo sino de los españoles, para dotar a nuestro personal médico y sanitario de EPIs, respiradores, y sin duda, de TESTS. De todo lo que merecen.

Pero, sinceramente, por desgracia, la tragedia vive entre nosotros. Y la impotencia es una lija del veinte para la esperanza y para la fortaleza de ánimo tan necesarias en estos días. Vivimos una de esas situaciones en las que lloras de impotencia ante lo inesperado y lo incierto, y te sientes fatal porque a ti no se te ha muerto a nadie y, a pesar de ello, estás triste. Porque tu padre murió hace justo un año rodeado de los suyos y tú estás aún en pleno duelo, pasándolo fatal. Pero no te permites sufrir porque hay colapso de ataúdes en las morgues y a él pudimos despedirle en condiciones. Y casi te alivia pensar que se fue en el momento adecuado.

Te sientes mal porque estás bien físicamente. Porque tus hermanos, sobrinos, amigos que han pasado el virus lo han hecho desde casa, con fiebres altas y con dolor, pero no han tenido que pasar por la UCI, ni han vivido la enfermedad a solas. Porque tienes un trabajo que puedes desarrollar online, en el que tratas con alumnos que te alegran la vida y te obligan a levantarte, a esforzarte y generar energía para acompañarles en este fin de curso tan complicado para ellos.

Esa sensación de impotencia y ese sentimiento de culpabilidad porque estas bien son nefastos. Minan a cualquiera. Así que, desde el primer día, resolví tomar medidas en aquellos ámbitos que están bajo mi control. Y una de esas medidas es aplaudir a los sanitarios a las 8 de la noche. No es la única, pero es una. Es una muestra de gratitud por parte de un mero testigo. Igual que al salir del hospital, agradecimos, uno a uno, a la doctora y a los sanitarios el esfuerzo, el trato y el cuidado que proporcionaron a mi padre hasta el último momento. Uno a uno.

Y, por descontado, estoy enfadada, decepcionada, preocupada. Porque los gobernantes están mintiendo y hasta los periódicos afines ya no pueden callarlo. Porque a veces hay que leer la prensa extranjera para saber lo que pasa en tu país.Porque están mirando el marketing en vez de atender a lo importante, a lo único importante, que es la salud. Porque manipulan los mensajes y confunden a la gente haciéndoles pensar que basta con mirar a la cámara intensamente y soltar eslóganes facilones como reclamos de anuncios malos. Pero no me van a robar también el entusiasmo. No les voy a dejar.

Somos testigos dela pandemia, de la gestión, de las muertes, de la propagación en diferentes países, de la recuperación de algún otro. Lulú me dice que no, que en todo caso solamente vemos las sombras, que somos testigos de las calles vacías y los aplausos. Sin embargo, yo insisto. Somos testigos y cada cual decide qué tipo de testigo quiere ser. Puedes mirar a otro lado, y entonces te haces cómplice. Puedes elegir ser testigo narrador de lo que está pasando. Puedes decidir ser testigo de cargo y declarar las negligencias en la ventana abierta del patio de vecinos que son las redes sociales. Pero, no lo olvides, un testigo siempre es pasivo. No actúa. No es protagonista. Su única satisfacción es que su testimonio constituye el relato de un aspecto de la realidad: su servicio es aportar veracidad.

Por supuesto, quienes argumentan que los aplausos se han pervertido y que ahora tienen otra intención, se olvidan de que la intención es de cada persona que aplaude. Pero incluso si después del aplauso y el Resistiré viene la charanga y el reggaeton, hay que pensar que esa gente también está superando su frustración a su manera, que nadie está intentando machacar a nadie, que llevamos casi un mes y ninguno sabe qué va a pasar. Pero, nada. Todo es una afrenta.

Quienes hayan tenido una pérdida gorda en una fiesta (como Fin de Año, por ejemplo) entenderán la ambivalencia tan terrible de ver a la gente celebrar mientras tú has perdido lo más importante de tu vida. No sirve de nada enfadarse con ellos. Es mejor tratar de entender. Hay que considerar el entorno. Siempre es importante mirar el contexto. Y, en estos momentos, sería fantástico si aprendiéramos, además, a suspender el juicio respecto a cómo asume cada cual esta situación tan extraordinaria.

Como dice Sebas, llegamos al momento de la maratón que se conoce como «el muro del kilómetro 30,  en el que comienza la fatiga psicológica, anímica y física”. Sobrellevarla lo mejor posible sin crispar, con paz interior y perseverando en lo que te empuja adelante, depende de ti.

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